lunes, 11 de agosto de 2008

EL MÁS FIERO DE LOS BARROSOS

(In Memoriam a Samuel Marutas Pineda Lastre)

Por: Jesús Heriberto Navarro S.


Aquí, donde las costumbres y tradiciones culturales están relacionadas con el medio natural, en el que las narraciones, leyendas y cantos hilvanan el hilo de las tertulias en las sosegadas noches sabaneras, daba gusto escuchar a SAMUEL, una noche de septiembre de 2.006.

SAMUEL MARUTAS PINEDA LASTRE (Q.E.P.D.), persona de “tuerca y tornillo”, uno de los hijos de esta dinastía, nacido justo catorce años después del inicio del siglo pasado. Desde la mecedora donde pasó sus últimos años, perpetúa la memoria de su padre, ese hombre realmente sorprendente, asombrosa su vida, asombroso su trabajo, pero más asombroso sus últimos años, bajo el cuidado de la consagrada Berta y amparado de las misas y responsos abonados en vida y que ahormaría la celebración de sus exequias.

Conmueve, estremece y agrada escuchar a este patriarca de fuerte voz y entusiasmo infinito, testigo de excepción de la lucha, el coraje y el aporte a la fiesta brava de su Padre, Don NARCISO PINEDA ACOSTA, el palo mayor de la vela de los toros bravos del Bolívar Grande, que se extendía desde el pie de las Murallas hasta los confines del Rio Sinú, pasando por estas sabanas de porros y fandangos. Fue colosal el talante que este hombre sembrara a su paso por la vida.

Samuel hace un alto en la narración a manera de paréntesis, una sutil lágrima sale de sus ojos seniles, fatigados por la travesía de los años; quizás como en el precepto de San Agustín, porque las lágrimas son la sangre del alma.

Retoma la leyenda familiar, refiriéndose entonces con trato deferente y familiar, a quien destacaba como una de las mentalidades sobresalientes que tuvo Sincé en el último cuarto del siglo XIX, hasta la primera mitad del siglo pasado, se refería a “SEBASTIAN PINEDA ACOSTA”.Era admirable el respeto que profesaba a su único tío, al que por su imperecedero respeto llamaba “DON SEBASTIAN PINEDA”.

Lo describía como hombre amable y cordial, optimista, con convicciones, su don de gente, su floreciente cultura con la sapiencia del hombre habituado a la lectura, en una época en que Baldomero Sanín Cano era el paradigma en Colombia de las diversas corrientes filosóficas y literarias de su tiempo. Sus amables tertulias con don Horacio Castañeda, con Octavio García y con su amigo Juan A. Benavidez (Tío Conejo), eran un deleite del espiritu.

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En la brisa vaporosa de la noche, rememora, una de las evidencias que enriquecen la memoria colectiva o tradición oral… Narra el “MARUTERO”, que cuando retoca en su remembranza los sibilantes compases de los vaqueros en las frescas madrugadas, evoca ineludiblemente la imagen de la corraleja y con nostalgia perdurable instruye el relato; su cuento añade garbo y satisfacción de sabor castizo, empapado en las aguas vivas del habla popular, sus palabras irradian la gama subyugante de sus pinceles delineando la quimera.

Para los años de la indiferencia, saltó a la arena de la plaza de Sincé un Toro “Barroso", asombroso cornidelantero, astifino, muy bien puesto de cabeza, era otro de esos ajiceros pinianos. Era un toro formidable, hondo, apretado de carnes, de hermosa lámina y colosal trapío. Un ejemplar criollo cienaguero, parido en “San Bartolo” y criado en las tierras de misterio de la Marquesita, fue acaso el más espeluznante que hallaron NARCISO y SEBASTIAN PINEDA ACOSTA en sus ganaderías.

Algunos "paseros" le veían con frecuencia en verano, en los zapales de la “Boca del Purgatorio”, arriba del caño de Doña Ana, entre árboles anfibios adornados por monos colorados aulladores, las pollas de agua de patas verdes y el vuelo frugal de garzas y cucharos. Habían transcurrido sus seis años largos entre las sabanas verde esmeralda del "rincón de la tenuta" y los veranos intensos de las tierras de Guaso.

Su comportamiento agreste, no había permitido trasladarlo a la plaza los años inmediatamente pasados y ni la misma luz y calor asfixiante del fuego le intimó a salir para la época; solo una celada de aquellas que nuestros mayores sabían disponer con destreza, permitió apresar al rústico que, a “cuello de buey”, embebido en el canto y compás de los vaqueros, le condujeron al mismo “Infierno”.

Así era denominada la finca, que permitía el reposo de los toros PINIANOS, potrero ubérrimo, ubicado en los primeros kilómetros del camino a JUAN GORDO, de donde partían a la plaza de Sincé, pasando por la arenosa cantarrana los que se lidiarían a golpe de campana y el zarandeo de canillas la tarde de la patrona. Atrás habían quedado las tierras tigreras del Algarrobo y las vegas del San Jorge, revela SAMUEL.

Iniciado el danzón en el cornetín de Marcial, con alegría asomó el cimarrón detrás de sus marfiles, palpitaba el corazón de los presentes, la presencia del bárbaro limpió el interior del esqueleto de guaduas y madrinas verdes, un verdadero bellaco se hacía presente, hostigando con fuerza y ferocidad desde la misma querencia de chiqueros, a la cabalgadura del garrochero de la casa Ruizana, VALERIO.

Un jinete corajudo, fundido en el acero de la tierra, irreprochable doma y “estampa de superior” en el mejor decir de GARCILAZO, montaba esa tarde a un tordillo del hierro de JUAN ANTONIO, caballo con buen temperamento, generoso de galope, asombrosa soltura, velocidad para la salida y arrojo para llegar de poder a poder.

Iniciado el acecho, de cinco trancos partió la plaza en dos y con excepcional voracidad llegó a la misma jurisdicción del caballo; fundiéndose en el aire la malaventura, el olor a estricnina y yodo se hizo más intenso, cuando apretó con nervio y codicia a la resuelta cabalgadura del imperturbable y consolidado jinete.

En su envestida proyectaba tornillazos con el arma de su gloria, a la grupa soslayada, cornadas inconclusas disipadas en el azul infinito de septiembre. El cuadrúpedo amparaba su integridad, mientras las gargantas gritaban frenéticas a lo largo de las tres vueltas a que forzó el huraño.

En este punto y aparte entró en escena CAMILO GALINDO, vestido de suplicante valentía, cito de frente a la misma muerte, queriendo salir de la guadaña con astucia y de la manera más limpia, cuarteó por el derecho, describiendo con su cuerpo una trayectoria redonda hacia el toro, ganándole terreno... El animal pasó apenas unos centímetros de su espalda, trazando la cornada que de forma alguna desenlaza.

CAMILO había emboquillando las anillas de sus entorchadas abarcas en las mazorcas de la cornamenta en primoroso lance, sin consumar por completo la temeraria añagaza, pues el dañino le persiguió con brío hasta batirlo y descargarle un estrujón, tirándoselo encima de sus lomos anchos y musculosos.

Esa tarde de matices tornasolados de naranja y plata, desde la quinta guadua salto JUAN PINEDA arriesgándolo todo, a toro pasado, se colgó de la moña teñida con el índigo del tinte de la víspera que ataviaba la testuz de la alimaña, quedando a merced del resuelto, que lo calzó en las cunas de sus puntales curvos, sin el desenlace propio que simulaba la tragedia.

El colosal Barroso por su rauda y grosera acometida, inflamaba las gargantas de todos los presentes. Para SAMUEL, era el más bravo que distinguiera la centena.

Esa tarde delirante para el montado y los de a pie tuvo un solemne desenlace, mientras VALERIO y su veloz tordillo superaban su destino y JUAN vociferaba airado su atrevimiento, la fiera "SAN BARTOLINA" iniciaba su propia liturgia; congestionado y agonizante, fruto de su fiereza, se derrumbaba en la arena de sangre tendida.

De nuevo el asombro, la suerte se había consumado; el salvaje y arisco moría en la mismísima médula de la corraleja exhausto en su bravura, para gloria y encanto de esta tierra de honda tradición corralejera.

Cuentan que desde entonces, en noches de luna llena, por todo TACASUAN se percibe el mugir de un toro correteando el aura de un caballo que cabalga la eternidad y el canto lúgubre de vaqueros que emplazan al Piniano.

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